Dedicado con estimación al buen amigo don Hugo Zárate García
Epigmenio Zárate nació en la Villa de Cuilapan, perteneciente al Estado de Oaxaca el día 24 de marzo de 1903. Sus padres fueron don Epigmenio Zárate y doña Inés Pérez. Pasó su infancia en su tierra natal; y sus estudios primarios los realizó en la escuela que dirigía el presbítero Andrés Méndez; posteriormente en la ciudad de Oaxaca hizo sus estudios preparatorios con el más firme anhelo de estudiar para abogado, pero los contratiempos los truncaron. Regresó a Cuilapan, donde se dedicó a la agricultura, pero su inquietud espiritual, le impidieron continuar esta labor.
Las auroras de su juventud llenaron de amor su corazón de poeta que aprendió el misterio de la poesía de la naturaleza; contrajo nupcias con la mujer de sus dorados sueños; doña Rafaela García, en la parroquia del Marquesado de Oaxaca. Y de este connubio nacieron Emma, Héctor, Gloria, Hugo, Ángel y Ramiro, flores del jardín azul de sus ensueños.
Después abandonó su tierra natal, yéndose para el centro de la república en unión de un ser querido, Roberto Sánchez, músico y soñador, como soñador y bohemio era Epigmenio. Después su espíritu inquieto y soñador lo llevó al heroico puerto de Veracruz donde por desgracia lo atacó la terrible enfermedad del paludismo; ya entonces su inquieto corazón buscaba la quietud material, por lo que decide radicar en la tierra de las aguas milagrosas y el clima benigno: Tehuacán, donde al poco tiempo encuentra la salud y la tranquilidad que colaboraron sin duda para sensibilizar aún más sus cualidades como poeta.
Don Epigmenio ya establecido definitivamente en esta ciudad conoce a Andrés Landeros, un popular artista que fue quien le enseñó el secreto de cantar con sentimiento los más que en aquella época estaban muy de moda. Decide escribir algunos de sus poemas en el periódico local La Escoba que entonces dirigía el malogrado editorialista Amadeo Bernal; los trabajos de don Epigmenio gustaron mucho, llegando a convertirse al poco tiempo en un poeta muy popular, al grado de ser considerado uno de los mejores románticos de ese tiempo.
También entabló amistad con César Garibay, quien ya era un poeta consumado de profundas raíces modernistas. Otro personaje que fue decisivo en el desarrollo artístico de nuestro biografiado fue José Antonio Saldívar, poeta unilateral de extremo juicio crítico. A partir de entonces sus amistades florecen en todos los rincones de aquella entonces pequeña pero hermosa ciudad de Tehuacán. Otros amigos, en su gran mayoría poetas y escritores, que compartieron sus conocimientos fueron el laureado poeta Antonio Esparza, así como el gran literato oaxaqueño radicado en esta ciudad, presbítero Antonio R. Pereyra, sobrino del filántropo y estilista doctor Manuel Pereyra Mejía.
Otros grandes amigos fueron el gran médico don Santiago Graff Cabiedes, el profesor José Luis Herrero García, quien por cierto fue quien le enseñó las primeras reglas literarias que tanto le sirvieron para su provechosa actividad como poeta; y a José O. Cid, en aquel tiempo estudiante de leyes en la Universidad de Puebla, que con sus sabios consejos le enseñó a pulir mejor sus versos.
Epigmenio Zárate con esa sinceridad tan característica en los oaxaqueños siempre manifestó que el romanticismo poseía tres características distintas a otros movimientos literarios: la espontaneidad, el sentimiento y la intuición, y desde luego él se sentía plenamente identificado con el romanticismo.
La obra de este ilustre oaxaqueño es vasta y de gran calidad, por ello cuando salió a la luz pública el libro Álbum de Mis Recuerdos, éste se agotó inmediatamente, ya que contiene una excelente selección con sus mejores trabajos literarios; y que mejor conocer con sus propias palabras un comentario sobre esta publicación: “Este libro es el producto de mis ardientes fantasías y la realización de mis dorados sueños. Este pequeño libro, no es para los académicos ni para los poetas modernistas, mucho menos para los filósofos, porque carece de los tropos elegantes de los académicos; tampoco tiene las metáforas divinas de las obras modernistas, también le falta el florilegio de nuestro idioma con que expresan sus sentimientos los filósofos.
Es un libro, sencillo como yo, es para los de mi clase, los que sufrimos los rigores del destino, para los románticos que guardamos en el corazón el vestigio de aquel romanticismo puro, que hace vibrar las fibras del corazón sensible, y nos tramonta a regiones ignotas, acurrucándonos en los brazos de nuestra musa predilecta; hallarás en el él una página que te recuerde a la tierra querida que te vio nacer. La vida del bohemio que borda con ilusiones los tristes harapos de su fantasía”
Mucha gente recuerda con agrado a don Epigmenio Zárate, ya que en su actividad comercial fue propietario de un centro bohemio llamado La Flor de Oaxaca ubicado en el mercado municipal al que acudían las personas enamoradas de la poesía a degustar del famosos mezcal de Oaxaca así como de los muy diversos productos oaxaqueños que le han dado un inmemorable sitio dentro de la gastronomía mexicana.
Finalmente, y para recordar el talento de este buen oaxaqueño, reproducimos una de las poesías, que a decir de su autor, lo identificaban plenamente, titulada:
CUANDO FLOREZCAN LOS ROSALES
Voy a contar la historia de mi vida,
una historia de ensueño y esperanza,
escrita con la sangre de la herida
que produce el dolor de mi añoranza.
Ayer gocé, sufrí, amé, me amaron;
todas sus dichas me brindó el destino,
las mujeres, caricias me brindaron
y de rosas sembraron mi camino.
La mujer me produjo mis delicias
mi vida saturó con hondos males
al decirme, si quieres mis caricias
espera que florezcan los rosales.
Yo no puedo quererte con ternura,
te quiero, cómo no, pero muy poco,
ni te puedo invitar de esa dulzura
que siente el corazón cuando está loco.
Desde entonces yo voy cuan peregrino
perdido en el zafír de lontananza,
esperando que el sol de mi destino
dibuje de arreboles mi esperanza.
Voy al templo pisando sobre abrojos
a buscar el remedio de mis males,
y le pido a Jesús, puesto de hinojos,
permita que florezcan los rosales.
Hay momentos que pienso no quererte
pero todo es ene vano, pues deliro,
porque tanto he llorado por no verte
que hoy lloro nuevamente si te miro.
Muchas veces reniego de mi suerte
que te trajo hacia mi para adorarte;
tantas veces luché para tenerte
que hoy lucho con ardor para olvidarte.
Ven, escúchame, no te alejes, mira,
tengo todo el sabor de la tristeza,
mi pobre corazón por ti delira
porque tú eres mi dicha y mi entereza.
Pasó la primavera y el verano,
y llegaron las tardes otoñales
envueltas con silencio del arcano;
pero no han florecido los rosales.
Está lleno de abrojos mi sendero,
negras penas me brindan los placeres,
nací con el destino de coplero
y con pasión les canto a las mujeres.
Hoy he vuelto a sentir hondos pesares,
producto del placer que me tortura,
ya no canto de amor, pues mis cantares
tienes todo el sabor de la amargura.
En mañana de fúlgidos albores
fui con ansia a buscarla en los juncales,
y a pedirle, de nuevo, sus amores
porque habían florecido los rosales.
Pero no la encontré, y en mi agonía,
entre el manto de noches siderales
oigo el eco que dice todavía:
espera, que florezcan los rosales.